Las diversas mitologías del mundo han considerado al hierro como un poderoso protector contra espíritus negativos, duendes, genios y otras criaturas. Y es que el hierro es la protección más efectiva contra los espíritus dado a que es es metal más poderoso que brota de las entrañas de la Tierra.
En las serranías de Escocia, la gran salvaguardia contra la raza de los elfos es el hierro y mejor aún el acero; el metal en cualquier forma, una espada, cuchillo, escopeta o lo que sea, es poderoso para este propósito. Siempre que se entra en una casa de duendes, hay que clavar en la puerta un trozo de acero, tal como una navaja, una aguja o un anzuelo; así los duendes no podrán cerrar la puerta hasta que uno no se marche. Así, también, cuando se caza a un ciervo y se va a llevar a casa de noche, hay que clavar una navaja en la pieza cazada, a fin de impedir que los duendes añadan su propio peso al cadáver. Los clavos en la cabecera de la cama defienden de los duendes a las mujeres parturientas y a sus criaturas, mas para asegurarse mejor del todo, se debe poner una plancha bajo la cama y la hoz en la ventana. Si un toro se cae desde una roca y se mata, se le mete un clavo, preservando así su carne de los duendes.
La música interpretada con un arpa de boca o birimbao, mantiene alejados del cazador a los duendes femeninos, a causa de la lengüeta de acero del instrumento.
En Marruecos se considera al hierro como una gran protección contra los demonios y por eso es corriente dejar un cuchillo o daga bajo la almohada de la persona enferma.
Los cingaleses creen que están siempre rodeados de malos espíritus acechantes para hacer algún daño. Un indígena de allí no se arriesgará a trasladar de un sitio a otro suculencias tales como panes o carne asada sin ponerles un clavo de hierro para prevenir que algún demonio tome posesión de las viandas y enferme al que las coma. Ninguna persona enferma, sea hombre o mujer, se aventurará fuera de casa sin un puñado de llaves o una navaja en su mano, pues sin tal amuleto tendría miedo de que algún demonio se aprovechase de su débil estado para deslizarse dentro de su cuerpo. Y si un hombre tiene alguna úlcera grande en el cuerpo, coloca un pedazo de hierro sobre ella como protección contra los demonios.
En la Costa de los Esclavos, cuando una madre observa que su hijo ya gradualmente debilitándose, deduce que un demonio ha entrado en su cuerpecito y, en vida de esto, toma sus medidas; para atraer al demonio fuera del cuerpo del niño, le hace una ofrenda de comida y mientras el demonio está tragándola, ata anillos de hierro y campanillas a los tobillos de su criatura y cuelga cadenillas de hierro alrededor de su cuello. El sonido de los hierros y el tintineo de las campanillas se supone que impiden que el diablo vuelva al cuerpo del pequeño paciente. Por ello se puede ver en esta parte de África a muchos niños abrumados con ornamentos de hierro.
En China se pensaba que los dragones temían al hierro. Cuando hacía falta lluvia, se arrojaban trozos del metal en los "estanques de los dragones", para molestar a las criaturas y enviarlas al cielo en forma de nubes de lluvia.
Los romanos incrustaban clavos en las paredes de sus casas para conservar la salud, en especial durante las épocas de plagas. Igualmente creían que trazando un círculo en el suelo con un objeto férreo se preservaba de influjos funestos a quien se encontraba en su interior, haciéndole inaccesible a hechizos y mal de ojo.
En la edad media se empleó, como remedio contra la gota, la erisipela, panadizos e hinchazones, y de él se hizo linimentos que aliviaron el picor de la sarna. Se pensaba, también, que el uso de un anillo de hierro era eficaz contra el reuma y que si se colocaba una espada vieja junto a la cama, se prevenía retortijones y calambres nocturnos. Para quitar las verrugas, se restregaba con un trozo herrumbroso de hierro en especial el forjado en Jueves Santo.
Al hierro se le atribuía la virtud de anular el poder de las brujas escondiendo un objeto de hierro en un rincón del exterior de la casa junto a un muro. Igualmente, se consideraba, como una medida de protección, colgar en la pared cuchillos, espadas, puñales viejos, tijeras y hasta herraduras con fin de alejar los peligros.
En la actualidad aún se conserva la creencia que una herradura colgada en la casa sobre la puerta principal, confiere protección.
Para evitar que los alimentos se corrompan o que la buena suerte huya de una casa tras fallecer alguien en ella, se recomienda tocar con un objeto de hierro todo lo que esté en la cocina y fuera de ella.
Después de esto, no será difícil entender por qué los cementerios tienen sendas rejas de hierro a su alrededor…
Muy interesante
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