Uno de los primeros testimonios sobre invocación de muertos nos llega por parte de Homero, en el Canto XI de la Odisea. Odiseo necesita saber sobre su destino, así que tiene que invocar a los muertos. Aquí una adaptación del texto homérico:
Después de un día entero en el mar, llegamos al lugar indicado por Circe. Allí, con mi espada, cavé una fosa cuadrada sobre la que degollé a las víctimas del sacrificio: la sangre derramada humeaba. Las almas de los muertos acudieron: ancianos que habían pasado por grandes padecimientos, tiernas muchachas sufriendo su reciente pena, muchedumbres de varones muertos a golpes de lanza... Todas se agitaban emitiendo un clamor lúgubre: un miedo atroz se apoderó de mí. Euríloco y Perímedes invocaban a Hades y Perséfone. Yo trataba de impedir que los muertos se aproximaran a la sangre mientras Tiresias no hubiese comparecido.
»La primera de las almas que acudió fue la de nuestro compañero Elpénor, que todavía no había recibido sepultura. »
—Yo te suplico por los de allá, tu padre, tu esposa y Telémaco, que cuando dejes el Hades, ya que debes pasar por la isla Eea, te acuerdes de mí, señor: ¡no me dejes sin llanto ni sepultura!, y planta sobre mi tumba el remo con el que bogaba junto a mis compañeros cuando estaba vivo...
»Se lo prometí. Entonces se me apareció el alma de mi difunta madre, Anticlea, a quien había dejado viva cuando partí hacia la sagrada Ilión. Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero impedí que se acercara hasta que Tiresias hubiera respondido.
Fue entonces cuando llegó el alma del tebano. Aparté mi espada y la metí en su funda. Después de haber bebido la sangre negra, el adivino tomó la palabra:
»—Preclaro Ulises, estás sufriendo por el dulce retorno al hogar. ¡Te será difícil, pues Poseidón te odia por haber dejado ciego a su hijo Polifemo! Para retornar, será preciso que domines tu corazón y el de tus gentes. Vais a arribar a la Isla de Helios, el que todo lo ve y todo lo oye. Allí apacienta sus vacas y sus ovejas. Si las respetáis y no las tocáis, podréis regresar a Ítaca a pesar de las dificultades. Si no, te garantizo que perderás tu navío y tu tripulación. Tú mismo, si logras salvarte, regresarás a tu hogar después de muchas fatigas, habiendo perdido a todos tus compañeros, y sobre un barco ajeno.
Además, hallarás la desgracia en tu propia casa: ¡unos engreídos que se dedican a consumir tus bienes y cortejar a tu mujer! Y, después de haberlos matado, deberás volver a partir con tu remo a la espalda, hasta que encuentres a gentes que no conozcan el mar y uno de entre ellos te pregunte qué cosa es esa pala para el grano que llevas... Entonces, clávala en el suelo y haz un sacrificio al soberano Poseidón. Después volverás a tu hogar, y allí ofrecerás una hecatombe a los dioses y vivirás hasta llegar a anciano entre tus felices conciudadanos. ¡Esta es la verdad, tal como te la digo!
»El tebano Tiresias regresó al Hades. Entonces, el alma de mi madre se aproximó en silencio a la sangre. Después de haber bebido, me reconoció:
»—Hijo mío, ¿cómo estando vivo has llegado aquí? ¡Para los vivos es muy duro contemplar estas cosas!
»—Madre mía, tenía que consultar a Tiresias. Voy errante, de una desgracia en otra, desde que seguí a Agamenón para hacer la guerra a los troyanos. Pero dime, ¿qué clase de muerte es la que te ha abatido? ¿Una larga enfermedad o una dulce flecha de Artemisa, la diosa del arco?... ¿Y mi padre?... ¿Y el hijo que dejé? ¿Conservan aún mi poder, o algún otro lo ha usurpado con el pretexto de que no volveré? Háblame de mi esposa: ¿está siempre cuidando a nuestro hijo? ¿Se ocupa con firmeza de nuestros bienes? ¿O se ha desposado con algún noble aqueo?
»—¡Ah, ella!... Está siempre en tu palacio con el ánimo afligido. Y sus días y sus noches se consumen llorando sin cesar. Nadie ha tomado el poder. Tu hijo administra vuestro patrimonio. Tu padre continúa en la campiña, no va nunca a la ciudad. Duerme en el suelo, cerca del fuego, o en el exterior, sobre las hojas caídas, cubierto de andrajos. Vive atormentado por la pena y el deseo de tu regreso. ¡Es dura la vejez!... Ésta ha sido también la razón de mi muerte: ni enfermedad, ni Artemisa, sólo el deseo de verte y la nostalgia de ti, brillante Ulises, y de tu cariño, todo esto es lo que me ha arrancado la vida, antes tan dulce...
»Así habló. Y yo deseaba abrazarla con todo mi corazón. Tres veces tendí mis brazos... y las tres veces mi madre se me fue volando de entre las manos, como una sombra o un sueño:
»—Madre mía, ¿por qué huyes de mí?
»—¡Ay!, hijo mío, ésa es la condición de los humanos cuando mueren: los nervios no sostienen la carne ni los huesos; el alma, una vez que ha levantado el vuelo, no es más que un sueño... ¡Pero vuelve pronto a la luz! Recuerda todo esto para contárselo a tu mujer cuando regreses.
»Y mi madre regresó al Hades...
»Vi también a otros muertos, ¿cómo citar a todos?
»Todos los presentes, en la penumbra de la sala del palacio de Alcínoo, permanecían en silencio bajo el encanto de las palabras de Ulises, conteniendo la respiración. Alcínoo y Arete rogaron a su huésped que permaneciera allí un día más, con el fin de continuar su relato. Durante ese tiempo, cada uno de los nobles feacios enviaría a buscar nuevos regalos para él... ¿Cómo rehusar? La noche y la puesta de los astros aconsejaban entregarse al sueño, pero era tal el deseo que tenían todos de conocer sus desdichas que, a pesar de su aflicción, Ulises continuó:
«Vi a Agamenón, que me relató el crimen de Egisto y Clitemnestra:
»—Yacíamos en la gran sala, el suelo estaba lleno de sangre humeando. Y oí el espantoso lamento de Casandra, la hija de Príamo, a quien la traidora Clitemnestra mataba junto a mí. Levantando el brazo intenté protegerla, pero sucumbí ante un nuevo golpe de espada. Y la mala perra se alejó, dejándome ir hacia el Hades, sin dignarse siquiera a cerrarme los ojos y los labios.
»Conversábamos tristemente, cuando surgieron las sombras de Aquiles y Patroclo, de Antíloco y Áyax, que era el mejor de los dánaos después del Pélida. Aquiles, llorando, me dijo:
»—Desgraciado, ¿por qué, dime, tu corazón permanece siempre insaciable de hazañas? ¿Cómo has osado descender al Hades?
»—¡Oh, Aquiles, el más valiente entre los aqueos!, tenía necesidad de los consejos de Tiresias... Pero no habrá jamás en el futuro, como no lo ha habido en el pasado, un hombre más dichoso que tú. Mientras viviste, todos nosotros, los argivos, te honramos igual que a los dioses, y ahora, aquí, eres un príncipe entre los muertos. ¡No tienes de qué lamentarte, Aquiles!
»—No me consuelan tus hermosas palabras, preclaro Ulises: ¡preferiría ser un simple peón al servicio de un granjero pobre, sin gran cosa para comer, que reinar entre todos estos muertos que ya no son nada!...
»La sombra de Áyax, el hijo de Telamón, se mantenía apartada: estaba furioso por la victoria que yo había logrado en el juicio, celebrado junto a los navíos, para dirimir quién heredaría las armas de Aquiles, obsequiadas por su madre. Jóvenes troyanos habían sido los jueces junto con Palas Atenea. Intenté apaciguarlo, pero él, sin responder, se volvió hacia el Erebo con las otras almas de los difuntos dormidos en la muerte.
»Millares de muertos se congregaban en medio de un clamor lúgubre. Un miedo atroz se apoderó de mí. Conseguí llegar al barco e hice soltar las amarras. Descendimos por la corriente del río Océano, a golpe de remo; después se levantó un buen viento para llevarnos hasta Eea, la tierra de Circe. Una vez allí, con el barco varado sobre la playa, no restaba sino dormir esperando el alba divina».
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