El viajero atraviesa el bosque en una noche sin luna. Su camino apenas se distingue entre los rizos de niebla. Una oscuridad temerosa en medio de la cual se amparan los árboles y las rocas parece latir con ondulaciones largas y constantes. Ante él, de pronto, aparece un puente. Entre sus pilares y contrafuertes brilla el agua quieta de una laguna. El viajero se acerca, llega hasta el pretil y se asoma, muy despacio. En el silencio de la noche, unos pájaros alzan el vuelo.
Allá abajo, sobre la superficie tersa, se refleja una imágen. El caminante mira con atención. Es su propia figura la que allí aparece. Tan solo su figura. Pero, no. Se ve algo más. Al principio, podríamos creer que son las sombras del agua. Como una nube que se mueve sin fijar demasiado sus contornos.
Pero pronto la sombra se va haciendo más espesa y sus líneas más precisas. Es como si por detrás del viajero se asomara alguien, o algo. Lo que antes eran trazos desvaídos son ahora largos brazos. Y parece que en los extremos de esos brazos hay algo así como unas grandes garras, con uñas agudas y brillantes...
El caminante se vuelve con rapidez. Pero no lo suficientemente rápido. Un sonido como de gorgoteos se deja oir entonces en la noche oscura. Al mismo tiempo que se escucha también el golpe de un cuerpo contra la superficie del agua.
Todo vuelve a estar en silencio. Mientras una sombra informe se desliza sobre las viejas piedras del puente, el cristal de la laguna recupera su tersura y vuelve a brillar de nuevo. Es un espejo...
José Luis Cardero
Hola, Maestro
ResponderEliminarMe gustó mucho la narración de esta historia. Me recordó esa sensación de ver nuestro reflejo en un lago inmóvil. Cuando estamos en algun lugar alto (una piedra grande, una montaña, un puente) aparece el escalofrío y esa inevitable seducción mortífera que sólo producen los vacíos: un suelo lejano, la oscuridad, un espejo.
Saludos!!
Eugenia