La crónica relata que, en el año de 1603, un vaquero le comunicó al cura de Ixmul, don Juan de la Huerta, haber visto, muchos viernes de Cuaresma, un árbol del que salían unas luces de grandes resplandores, al que posteriormente el Obispo Carrillo denominó árbol de luz. La gente del pueblo, al parecer había dado poca importancia al suceso, pues era época de quemas y por lo tanto, común ver resplandores de noche.
El religioso hizo cortar el árbol “poco común” y trasladar el tronco a la casa cural, luego anunció públicamente que haría tallar una imagen de la Santísima Virgen, en su advocación de la Purísima Concepción. Más tarde hizo su “aparición” un joven desconocido que se dijo escultor de santos, solicitando trabajo según su oficio. Don Juan de la Huerta le pidió al mozo tallar en el tronco la imagen de la Purísima Concepción. El tallador se encerró en un cuarto sin herramienta alguna, ordenando que no se le interrumpiese por ningún motivo. En un solo día y sin hacer caso de la petición, esculpió un Cristo y desapareció inmediatamente, sin saberse más de él.
La imagen, que según se explica, quedó enhiesta sin peana ni base como sosteniéndose derecha por sí misma, fue trasladada a la iglesia del pueblo, y según la narración, manifestó sus portentos a favor de los enfermos, de los pobres y de los afligidos. Las peregrinaciones no se hicieron esperar y la casi desconocida iglesia del pueblo de Ixmul se convirtió en un santuario regional de devoción popular.
Una noche el fuego consumió la iglesia; redujo a cenizas los altares y retablos, calcinó las piedras, desplomó la techumbre, cuarteó los muros, derritió los vidrios y metales; permaneciendo sin quemarse la imagen del crucificado, ennegrecida y con ampollas pero airosa ante la fuerza del fuego, prueba irrefutable de su portento.
El párroco de la Huerta falleció en Hocabá, a la edad de 70 años en 1644 y dejó como herencia, al Cabildo Catedral, el Cristo de las Ampollas con todos sus recursos y ahorros, para que con ellos se fundara una capellanía y así “asegurar el porvenir y el culto de la sagrada imagen”. El tres de mayo del año siguiente la imagen, entonces titulada de Santísimo Cristo de los Milagros, o Cristo de Hocabá, fue trasladada a la ciudad de Mérida y depositada en la iglesia del convento de monjas concepcionistas, de la que fue trasladada el 16 del mismo mes y año, en solemne procesión, a la Catedral Metropolitana y colocada en el altar de Ánimas.