03 mayo 2012

DE LA PASCUA JUDÍA A LA CACERÍA DE BRUJAS: LAS DOCE VERDADES DEL MUNDO




Cuando el sol comienza a ocultarse tras la sierra y los últimos rayos de luz alcanzan a colarse por entre la ventana, el olor a café y a tortillas de harina inunda la casita de doña Rosa Palomo. El día de trabajo ha acabado en el ejido y cede su lugar a la memoria y al relato: Mientras ella vivió siempre veíamos esos animales que volaban del techo. A veces apenas nos acabábamos de meter y alguien gritaba como un cócono, como un gato, como un perro... a los perros cuando ladraban les remedaba también. Mi suegro era el que nos platicaba a nosotros: “Ahora verán, les voy a rezar las Doce Verdades del Mundo...”



En estos rumbos del Noreste de México, los relatos de brujas están íntimamente ligados a una tradición oral que se conoce como Las Doce Verdades del Mundo. Prácticamente todas las personas que conocen alguna historia sobre brujería han oído hablar de las Doce Verdades, aunque no las conozcan por completo.

Las Doce Verdades son una serie acumulativa religiosa que, según dicha tradición popular, sirven como conjuro para tumbar a las brujas. Los más viejos y la gente del campo aún recuerdan, no sin un dejo de nostalgia, que las Doce Verdades eran un conocimiento básico, necesario para vivir: más antes la mayoría de la gente se sabía las Doce Verdades, dice doña Esperanza Martínez.

Estas Verdades se componen de dos elementos: un número y una referencia religiosa. Número y referencia religiosa se unen por una palabra que funciona como gancho, para facilitar la memorización de las Verdades. Así, el número 1 se une a la referencia Un solo Dios por la palabra un; El 12 se une a la referencia Doce Apóstoles por la palabra doce. Y así para cada una de las otras 10 Verdades.

Este recurso mnemotécnico, conocido como palabras gancho, es común en la tradición judía que dio origen a los textos bíblicos. Dicho señalamiento resulta relevante si se considera que el poema Ejad mi Iodea -¿Quién sabe el significado de uno?-, parece ser la referencia más antigua en el origen de las Doce Verdades. El poema se atribuye al rabí Eliezer Rokeaj, quien lo compuso en el siglo XII, en Worms Alemania. Luego se incluyó en el ritual de la cena pascual judía hacia el siglo XVI con el propósito de animar a la comunidad e instruir teológicamente a los jóvenes (Shurpin, 2009).

Es muy probable que, tras la expulsión de los judíos de España, el poema se haya reelaborado con contenidos cristianos, y que sobreviva en zonas rurales de Galicia, Asturias, Valladolid, Andalucía, Salamanca y La Mancha, en las canciones y juegos infantiles como Las Doce Palabras (o Palabricas) Retornadas o Las Doce Palabras Redobladas o Las Palabras Retornadas del Señor Ángel de la Guarda, de los que es innegable su sabor judío (De Vicente y Fernández, 2005). Estos recursos catequísticos llegaron a la Nueva España con los misioneros europeos y, dada la influencia cultural criptojudía del Noreste de México, su arraigo en la memoria colectiva sería bastante lógica.

La recitación de las Doce Verdades, además de ser una forma de proclamar la fe, es también un ritual. La relación con los relatos de brujería lo confirma. Doña Rosa Palomo cuenta que su suegro agarraba un cordel grandote, y en cada rezo que iba echando iba echando un nudo. Echaba otro rezo y echaba otro nudo.


Y doña Esperanza Martínez señala que primero las rezan. Tienen un cordón. Él siempre usaba ese cordón aquí, cordón grandote. Aquí en la cintura, aquí lo acostumbraba. Y cuando se van rezando, decía él que se va echando un nudo. Y luego se rezan al revés. Y se viene echando un nudo al revés, al revés, al revés, y así. Y ya cuando van cayendo, que ya viene cayendo la bruja, se viene transformando en gato, y maúlla como un gato, ladra como un perro. Gruñen así los animales, viene transformando y transformando, y ahí... baja el animal pero en forma todavía de animal. Eso debe ser sin perturbarse nada, nada. Están rece y rece las Trece Verdades al revés y al derecho, al revés y al derecho, al revés y al derecho y al revés y al derecho... hasta el último que ya caen. Cae la mujer o el hombre. Porque, pues, son hombres a veces también.

Así pues, según la tradición oral, el ritual de las Doce Verdades exige hacer un nudo en un hilo negro bendito, o en un cordón, o en un paliacate, o en algo parecido que se tenga a mano: Nomás se atravesaba un animal en el camino y luego luego, a rezar las Doce Verdades y a sacar uno el paliacate para ir haciendo los nudos, decía don Lucio Valdés, allá en la sierra de Arteaga.

Según la tradición oral, quien recite las Doce Verdades para tumbar una bruja, ha de tejer un nudo en el cordón al tiempo que va enunciando cada Verdad, de la uno a la doce. Y luego al revés, mientras recita las Verdades de la doce a la uno, va deshaciendo los nudos del cordón.

Semejante rito para agarrar brujas encierra en sí un profundo simbolismo. Los números expresan ideas y fuerzas, no solo cantidades. El número es producto de la palabra y del signo. Los números son el nudo de las relaciones de lo que sucede en el universo, dice Gheerbrant (2000:763).

Los elementos religiosos relacionados a cada número forman un conjunto de afirmaciones capitales o centrales para el creyente que las recita. Si el poema Ejad mi Iodea, forma el núcleo de fe en torno a la Torah, las Doce Verdades del Mundo forman el núcleo de fe en torno a la revelación cristiana.

El cordón simboliza la vida. La tradición bíblica mira la vida como una cuerda de tejedor que puede cortarse de pronto (cfr. Is. 38, 12). Así lo vieron también los griegos en sus Moiras, los vikingos con sus Nornas y los romanos en las Parcas.

Tejer es un símbolo del destino que se construye con las relaciones y las decisiones; es crear, sacar lo mejor de uno mismo, como lo hace la araña al tejer su tela (Gheerbrant, 2000:982). Un nudo representa fijación en un estado determinado, pero es un símbolo doble, ya que deshacer el nudo significa liberación. Los nudos simbolizan el atar la voluntad o atar a la persona. En el sur de la Ciudad de México, por ejemplo, cuando alguien ha perdido algún objeto y que no lo encuentra por ningún lado, anuda una prenda de color rojo y golpea con el nudo tres veces al tiempo que recita el siguiente verso: San Cucufato, san Cucufato/hasta que no me lo entregues/no te desato.

De esta forma, quien reza las Doce Verdades al tiempo que teje los nudos en el cordón, está definiendo el destino de la bruja o brujo que ha decidido atrapar. Por ello sería inevitable que el conjuro sea eficaz, pues se atan las propiedades mágicas del brujo o bruja con ello. Pero como también deshace los nudos cuando reza al revés las Doce Verdades, se simboliza el movimiento de vida-muerte, de todo lo que nace, muere y renace.

Doña Rosa Palomo relata que su suegro una vez tenía una señora. -¿Y esta señora quién es? -¿No la oyeron anoche cómo estaba chifle y chifle y búrlese y búrlese? dice, y me puse y la agarré. Lloraba la señora porque no la quería soltar mi suegro. Dice: -No, no la voy a soltar, yo no la voy a soltar. Luego, ya después de tanto, dijo: ¿Yo qué voy a hacer con esta mujer? Y estuvo soltando todos los nudos, todos los nudos y se despareció la señora.

Además es importante apuntar que la tradición sobre las Doce Verdades insiste en que hay que hacer el conjuro sin perder en absoluto la concentración, porque si no, se corre el riesgo de que el conjuro no sea efectivo. Doña Esperanza Martínez dice que sin perturbarse. Porque si se perturban, los aporrean, los arañan, los picotean... Baja el animal pero en forma todavía de animal. Eso debe ser sin perturbarse nada, nada. Así, lejos de atar a la bruja, quien hace el rezo quedará atado por su propio conjuro y sufrirá las consecuencias.

¿Pero cuáles son las Doce Verdades? A partir de 21 versiones diferentes recopiladas, se hace un trabajo de crítica textual que toma en cuenta 3 criterios de selección: el criterio de testimonio múltiple, el criterio de coherencia teológica y el criterio de explicación necesaria.

El criterio de testimonio múltiple exige inclinarse por la expresión con mayor número de referencias en las 21 versiones. El criterio de coherencia teológica implica elegir la expresión que sea coherente con la doctrina oficial del cristianismo, a la que aluden las Verdades. Y el criterio de explicación necesaria señala que ante un conjunto considerable de datos que exigen una explicación coherente, se ofrece una explicación que ilumina armónicamente estos elementos. Además, no hay que perder de vista que los tres criterios se exigen recíprocamente.

Señalado lo anterior, las Doce Verdades del Mundo serían:

I. Un solo Dios;
II. Dos Tablas de la Ley;
III. Tres personas divinas;
IV. Cuatro evangelios;
V. Cinco llagas;
VI. Seis candeleros;
VII. Siete palabras;
VIII. Ocho coros;
IX. Nueve meses;
X. Diez mandamientos;
XI. Once mil vírgenes;
XII. Doce apóstoles.

Con base en los criterios de coherencia teológica y de explicación necesaria, los números de cada verdad y cada verdad enunciada, implican un camino y una tarea a realizar por el creyente, ya que por eso son “verdades”. Así, las Doce Verdades del Mundo parecen ser una especie de camino simbólico de iniciación.

El camino iniciático comienza, en Dios, fuente de todo cuanto es y existe (I). Las Tablas de la Ley (II) simbolizan la entrada de Dios en la historia para revelarse al hombre, revelación que llega a su plenitud con Cristo, que revela la Trinidad Divina (III) y pone al alcance del hombre la salvación (IV) y con su muerte y resurrección (V) abre los cielos a la humanidad, comunicando siempre su vida por la Eucaristía y los sacramentos (VI) memoriales de su pasión (VII). Así la multiforme gracia de Dios santificará a los hombres (VIII), que habrán de dar a luz a Cristo en sus propias vidas (IX) aceptando la Ley de Dios en sus corazones (X), consagrándose en cuerpo y alma (XI) para construir el Reino de Dios en la tierra por la Iglesia (XII). Aquí se llega al punto central y comienza el “descenso”.

Como bautizado y miembro de la Iglesia (XII) hay que esforzarse por consagrar todo el mundo a Dios (XI) y hacer que su Ley reine en todos los hombres (X). Así será posible que se forme Cristo en cada persona por la gracia (IX). Esta configuración con Cristo lleva al creyente a hacer vida la fe en los diferentes ámbitos de la vida, de sus quehaceres y trabajos (VIII), incluso hasta el extremo de dar su vida (VII). La gracia de los sacramentos (VI) mantiene viva la fuerza de la esperanza de que otro mundo es posible, siguiendo las huellas de Jesucristo Crucificado y Resucitado (V), convirtiendo los evangelios (IV) en guía para la vida y conduciendo el mundo y la historia al Padre, por Cristo en el Espíritu (III), y haciendo del amor, centro de la Ley de Dios y su Alianza (II), el núcleo de la Nueva Creación, donde Dios será todo en todos (I).

Hay que agregar que en algunas variantes orales aparece una verdad trece. Ya en el Ejad mi Iodea el número trece corresponde a los atributos divinos. Trece es el valor numérico de la palabra hebrea ejad, uno. Esto lleva nuevamente a la primera estrofa del poema, la unicidad de Dios. En las Doce Verdades, más que una confesión religiosa de tipo doctrinal o una verdad, parece ser una especie de colofón a la recitación de las otras doce: Trece rayos de sol conduzcan a las brujas y a las hechiceras a los infiernos; otra versión dice: las doce ya las dije, trece no las aprendí, vete al infierno, demonio, que esta alma no es para ti. Una más expresa: Los trece rayos de Sol que le caigan al demonio y le partan el corazón.

La explicación anterior puede parecer compleja y demasiado académica, comparada con el contexto popular que se respira en los testimonios orales sobre las Doce Verdades del Mundo. Pero, con base en el criterio de explicación coherente, el muy posible origen judío de las Doce Verdades ya señalado, permite la interpretación de estas como parte de un proceso de iniciación.

Finalmente, ante la abundancia de testimonios distintos con respecto a un conjuro se pone en entredicho la eficacia de un lenguaje mágico, o al menos cuestiona la pertinencia de fórmulas mágicas que han de repetirse precisa y exactamente para lograr el efecto deseado. Si tal precisión y exactitud no son necesarias, es porque la palabra requiere a su vez de un ritual que valide dicha palabra y viceversa, el ritual requiere ser validado por las palabras. Ambos elementos se exigen mutuamente, en el ritual las palabras explican los gestos y estos dan sentido a las palabras. Solamente juntos, palabras y gestos, se vuelven mágicos.

Además, los símbolos se narran. El símbolo requiere de la narración que expone su sentido, hace anámnesis de los acontecimientos que le dan origen e involucra a los oyentes en su dinámica, al modo de un memorial. De esta forma, símbolo y mito se unen indisolublemente en el lenguaje, y quienes conservan viva la memoria implicada en el símbolo, crean el rito que le permite hacerlo cercano, convirtiendo aquello que es oscuro e inexplicable, lo que atemoriza y despierta pavor, en algo susceptible de ser tratado, como explica José Luis Cardero (2008:16).
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REFERENCIAS:

CARDERO LÓPEZ, José Luis (2008): De lo Numinoso, a lo Sagrado y lo Religioso. Magische Flucht, Vuelo Mágico y éxtasis como experiencias con lo Sagrado, Madrid: Instituto de Ciencias de las Religiones.

DE VICENTE, Enrique y Lorenzo FERNÁNDEZ BUENO [eds.] (2005): «Curanderos, el poder de la tradición», disponible en [fecha de consulta: 20 de septiembre de 2010].

GHEERBRANT, Alain y Jean CHEVALIER [dirs.] (2000): Diccionario de los símbolos, [trads. Manuel Silvar y Arturo Rodríguez], Barcelona: Herder.

SHURPIN, Yehuda (2009): «Echad Mi Yodea. Who Know's One?!» en Chabad.org, disponible en [fecha de consulta 26 de abril de 2012].