Cuando
el sol comienza a ocultarse tras la sierra y los últimos rayos de luz alcanzan
a colarse por entre la ventana, el olor a café y a tortillas de harina inunda
la casita de doña Rosa Palomo. El día de trabajo ha acabado en el ejido y cede
su lugar a la memoria y al relato: Mientras
ella vivió siempre veíamos esos animales que volaban del techo. A veces apenas
nos acabábamos de meter y alguien gritaba como un cócono, como un gato, como un
perro... a los perros cuando ladraban les remedaba también. Mi suegro era el
que nos platicaba a nosotros: “Ahora verán, les voy a rezar las Doce Verdades
del Mundo...”
En
estos rumbos del Noreste de México, los relatos de brujas están íntimamente
ligados a una tradición oral que se conoce como Las Doce Verdades del Mundo.
Prácticamente todas las personas que conocen alguna historia sobre brujería han
oído hablar de las Doce Verdades, aunque no las conozcan por completo.
Las
Doce Verdades son una serie
acumulativa religiosa que, según dicha tradición popular, sirven como conjuro para
tumbar a las brujas. Los más viejos y
la gente del campo aún recuerdan, no sin un dejo de nostalgia, que las Doce
Verdades eran un conocimiento básico, necesario para vivir: más antes la mayoría de la gente se sabía
las Doce Verdades, dice doña Esperanza Martínez.
Estas
Verdades se componen de dos elementos: un número y una referencia religiosa. Número
y referencia religiosa se unen por una palabra que funciona como gancho, para
facilitar la memorización de las Verdades. Así, el número 1 se une a la
referencia Un solo Dios por la
palabra un; El 12 se une a la
referencia Doce Apóstoles por la
palabra doce. Y así para cada una de
las otras 10 Verdades.
Este
recurso mnemotécnico, conocido como palabras gancho, es común en la tradición
judía que dio origen a los textos bíblicos. Dicho señalamiento resulta
relevante si se considera que el poema Ejad
mi Iodea -¿Quién sabe el significado de uno?-, parece ser la referencia más
antigua en el origen de las Doce Verdades. El poema se atribuye al rabí Eliezer
Rokeaj, quien lo compuso en el siglo XII, en Worms Alemania. Luego se incluyó
en el ritual de la cena pascual judía hacia el siglo XVI con el propósito de animar a la comunidad e instruir teológicamente a los
jóvenes (Shurpin, 2009).
Es muy probable que, tras la expulsión de los
judíos de España, el poema se haya reelaborado con contenidos cristianos, y que
sobreviva en zonas rurales de Galicia, Asturias, Valladolid, Andalucía,
Salamanca y La Mancha, en las canciones y juegos infantiles como Las Doce Palabras (o Palabricas) Retornadas o Las Doce Palabras Redobladas o Las Palabras Retornadas del Señor Ángel de la Guarda, de los que es
innegable su sabor judío (De Vicente y Fernández, 2005). Estos recursos catequísticos llegaron a la Nueva España con los
misioneros europeos y, dada la influencia cultural criptojudía del Noreste de
México, su arraigo en la memoria colectiva sería bastante lógica.
La
recitación de las Doce Verdades, además de ser una forma de proclamar la fe, es
también un ritual. La relación con los relatos de brujería lo confirma. Doña
Rosa Palomo cuenta que su suegro agarraba un cordel grandote, y en cada rezo que iba
echando iba echando un nudo. Echaba otro rezo y echaba otro nudo.
Y
doña Esperanza Martínez señala que primero
las rezan. Tienen un cordón. Él siempre usaba ese cordón aquí, cordón grandote.
Aquí en la cintura, aquí lo acostumbraba. Y cuando se van rezando, decía él que
se va echando un nudo. Y luego se rezan al revés. Y se viene echando un nudo al
revés, al revés, al revés, y así. Y ya cuando van cayendo, que ya viene cayendo
la bruja, se viene transformando en gato, y maúlla como un gato, ladra como un
perro. Gruñen así los animales, viene transformando y transformando, y ahí...
baja el animal pero en forma todavía de animal. Eso debe ser sin perturbarse
nada, nada. Están rece y rece las Trece Verdades al revés y al derecho, al
revés y al derecho, al revés y al derecho y al revés y al derecho... hasta el
último que ya caen. Cae la mujer o el hombre. Porque, pues, son hombres a veces
también.
Así
pues, según la tradición oral, el ritual de las Doce Verdades exige hacer un
nudo en un hilo negro bendito, o en un cordón, o en un paliacate, o en algo
parecido que se tenga a mano: Nomás se
atravesaba un animal en el camino y luego luego, a rezar las Doce Verdades y a
sacar uno el paliacate para ir haciendo los nudos, decía don Lucio Valdés,
allá en la sierra de Arteaga.
Según
la tradición oral, quien recite las Doce Verdades para tumbar una bruja, ha de tejer
un nudo en el cordón al tiempo que va enunciando cada Verdad, de la uno a la
doce. Y luego al revés, mientras recita las Verdades de la doce a la uno, va
deshaciendo los nudos del cordón.
Semejante
rito para agarrar brujas encierra en sí un profundo simbolismo. Los números
expresan ideas y fuerzas, no solo cantidades. El número es producto de la
palabra y del signo. Los números son el nudo de las relaciones de lo que sucede
en el universo, dice Gheerbrant (2000:763).
Los
elementos religiosos relacionados a cada número forman un conjunto de
afirmaciones capitales o centrales para el creyente que las recita. Si el poema
Ejad mi Iodea, forma el núcleo de fe
en torno a la Torah, las Doce
Verdades del Mundo forman el núcleo de fe en torno a la revelación cristiana.
El
cordón simboliza la vida. La tradición bíblica mira la vida como una cuerda de
tejedor que puede cortarse de pronto (cfr. Is. 38, 12). Así lo vieron también
los griegos en sus Moiras, los vikingos con sus Nornas y los romanos en las
Parcas.
Tejer es un símbolo del destino que se construye
con las relaciones y las decisiones; es crear, sacar lo mejor de uno mismo,
como lo hace la araña al tejer su tela (Gheerbrant, 2000:982). Un
nudo representa fijación en un estado determinado, pero es un símbolo doble, ya
que deshacer el nudo significa liberación. Los nudos
simbolizan el atar la voluntad o atar a la persona. En el sur de la Ciudad de
México, por ejemplo, cuando alguien ha perdido algún objeto y que no lo
encuentra por ningún lado, anuda una prenda de color rojo y golpea con el nudo
tres veces al tiempo que recita el siguiente verso: San Cucufato, san Cucufato/hasta que no me lo entregues/no te desato.
De
esta forma, quien reza las Doce Verdades al tiempo que teje los nudos en el
cordón, está definiendo el destino de la bruja o brujo que ha decidido atrapar.
Por ello sería inevitable que el conjuro sea eficaz, pues se atan las
propiedades mágicas del brujo o bruja con ello. Pero como también deshace los
nudos cuando reza al revés las Doce Verdades, se simboliza el movimiento de
vida-muerte, de todo lo que nace, muere y renace.
Doña
Rosa Palomo relata que su suegro una vez tenía
una señora. -¿Y esta señora
quién es? -¿No la oyeron anoche cómo estaba chifle y chifle y búrlese y
búrlese? dice, y me puse y la agarré. Lloraba la señora porque no la quería soltar mi
suegro. Dice: -No, no la voy a soltar, yo no la voy a soltar. Luego, ya después
de tanto, dijo: ¿Yo qué voy a hacer con esta mujer? Y estuvo soltando todos los
nudos, todos los nudos y se despareció la señora.
Además
es importante apuntar que la tradición sobre las Doce Verdades insiste en que
hay que hacer el conjuro sin perder en absoluto la concentración, porque si no,
se corre el riesgo de que el conjuro no sea efectivo. Doña Esperanza Martínez
dice que sin perturbarse. Porque si se
perturban, los aporrean, los arañan, los picotean... Baja el animal pero en
forma todavía de animal. Eso debe ser sin perturbarse nada, nada. Así,
lejos de atar a la bruja, quien hace el rezo quedará atado por su propio
conjuro y sufrirá las consecuencias.
¿Pero
cuáles son las Doce Verdades? A partir de 21 versiones diferentes recopiladas,
se hace un trabajo de crítica textual que toma en cuenta 3 criterios de
selección: el criterio de testimonio múltiple, el criterio de coherencia
teológica y el criterio de explicación necesaria.
El
criterio de testimonio múltiple exige inclinarse por la expresión con mayor
número de referencias en las 21 versiones. El criterio de coherencia teológica
implica elegir la expresión que sea coherente con la doctrina oficial del
cristianismo, a la que aluden las Verdades. Y el criterio de explicación
necesaria señala que ante un conjunto considerable de datos que exigen una
explicación coherente, se ofrece una explicación que ilumina armónicamente
estos elementos. Además, no hay que perder de vista que los tres criterios se
exigen recíprocamente.
Señalado
lo anterior, las Doce Verdades del Mundo serían:
I.
Un solo Dios;
II.
Dos Tablas de la Ley;
III.
Tres personas divinas;
IV.
Cuatro evangelios;
V.
Cinco llagas;
VI.
Seis candeleros;
VII.
Siete palabras;
VIII.
Ocho coros;
IX.
Nueve meses;
X.
Diez mandamientos;
XI.
Once mil vírgenes;
XII.
Doce apóstoles.
Con
base en los criterios de coherencia teológica y de explicación necesaria, los
números de cada verdad y cada verdad enunciada, implican un camino y una tarea
a realizar por el creyente, ya que por eso son “verdades”. Así, las Doce
Verdades del Mundo parecen ser una especie de camino simbólico de iniciación.
El
camino iniciático comienza, en Dios, fuente de todo cuanto es y existe (I). Las
Tablas de la Ley (II) simbolizan la entrada de Dios en la historia para
revelarse al hombre, revelación que llega a su plenitud con Cristo, que revela
la Trinidad Divina (III) y pone al alcance del hombre la salvación (IV) y con
su muerte y resurrección (V) abre los cielos a la humanidad, comunicando
siempre su vida por la Eucaristía y los sacramentos (VI) memoriales de su
pasión (VII). Así la multiforme gracia de Dios santificará a los hombres
(VIII), que habrán de dar a luz a Cristo en sus propias vidas (IX) aceptando la
Ley de Dios en sus corazones (X), consagrándose en cuerpo y alma (XI) para
construir el Reino de Dios en la tierra por la Iglesia (XII). Aquí se llega al
punto central y comienza el “descenso”.
Como
bautizado y miembro de la Iglesia (XII) hay que esforzarse por consagrar todo
el mundo a Dios (XI) y hacer que su Ley reine en todos los hombres (X). Así
será posible que se forme Cristo en cada persona por la gracia (IX). Esta
configuración con Cristo lleva al creyente a hacer vida la fe en los diferentes
ámbitos de la vida, de sus quehaceres y trabajos (VIII), incluso hasta el
extremo de dar su vida (VII). La gracia de los sacramentos (VI) mantiene viva
la fuerza de la esperanza de que otro mundo es posible, siguiendo las huellas
de Jesucristo Crucificado y Resucitado (V), convirtiendo los evangelios (IV) en
guía para la vida y conduciendo el mundo y la historia al Padre, por Cristo en
el Espíritu (III), y haciendo del amor, centro de la Ley de Dios y su Alianza
(II), el núcleo de la Nueva Creación, donde Dios será todo en todos (I).
Hay
que agregar que en algunas variantes orales aparece una verdad trece. Ya en el Ejad mi Iodea el número trece
corresponde a los atributos divinos. Trece es el valor numérico de la palabra
hebrea ejad, uno. Esto lleva
nuevamente a la primera estrofa del poema, la unicidad de Dios. En las Doce
Verdades, más que una confesión religiosa de tipo doctrinal o una verdad, parece ser una especie de colofón
a la recitación de las otras doce: Trece
rayos de sol conduzcan a las brujas y a las hechiceras a los infiernos; otra
versión dice: las doce ya las dije, trece
no las aprendí, vete al infierno, demonio, que esta alma no es para ti. Una
más expresa: Los trece rayos de Sol que
le caigan al demonio y le partan el corazón.
La
explicación anterior puede parecer compleja y demasiado académica, comparada
con el contexto popular que se respira en los testimonios orales sobre las Doce
Verdades del Mundo. Pero, con base en el criterio de explicación coherente, el
muy posible origen judío de las Doce Verdades ya señalado, permite la
interpretación de estas como parte de un proceso de iniciación.
Finalmente,
ante la abundancia de testimonios distintos con respecto a un conjuro se pone
en entredicho la eficacia de un lenguaje mágico, o al menos cuestiona la
pertinencia de fórmulas mágicas que han de repetirse precisa y exactamente para
lograr el efecto deseado. Si tal precisión y exactitud no son necesarias, es
porque la palabra requiere a su vez de un ritual que valide dicha palabra y
viceversa, el ritual requiere ser validado por las palabras. Ambos elementos se
exigen mutuamente, en el ritual las palabras explican los gestos y estos dan
sentido a las palabras. Solamente juntos, palabras y gestos, se vuelven
mágicos.
Además,
los símbolos se narran. El símbolo requiere de la narración que expone su
sentido, hace anámnesis de los acontecimientos que le dan origen e involucra a
los oyentes en su dinámica, al modo de un memorial. De esta forma, símbolo y
mito se unen indisolublemente en el lenguaje, y quienes conservan viva la
memoria implicada en el símbolo, crean el rito que le permite hacerlo cercano,
convirtiendo aquello que es oscuro e inexplicable, lo que atemoriza y despierta
pavor, en algo susceptible de ser tratado, como explica José Luis Cardero (2008:16).
.
REFERENCIAS:
CARDERO LÓPEZ, José
Luis (2008): De lo Numinoso, a lo Sagrado y lo Religioso. Magische Flucht, Vuelo Mágico y éxtasis como experiencias con lo
Sagrado, Madrid: Instituto
de Ciencias de las Religiones.
DE
VICENTE, Enrique y Lorenzo FERNÁNDEZ BUENO [eds.] (2005): «Curanderos, el poder
de la tradición», disponible en
[fecha de consulta: 20 de septiembre de 2010].
GHEERBRANT, Alain y Jean CHEVALIER [dirs.] (2000): Diccionario de los símbolos, [trads.
Manuel Silvar y Arturo Rodríguez], Barcelona: Herder.
SHURPIN,
Yehuda (2009): «Echad Mi Yodea. Who Know's One?!» en Chabad.org, disponible en
[fecha de consulta 26 de abril de 2012].