Para el análisis simbólico hay que señalar que la leyenda presenta, según cada narrador, tres variantes que son relevantes para los elementos de la misma.
En primer lugar la mujer a veces es criolla, mestiza o indígena; en segundo lugar, la forma de cómo la Llorona mata a sus hijos: en algunas es ahogándoles en la laguna y en otras les mata con un cuchillo; en tercer lugar está el efecto de la Llorona como alma en pena: para unos ella viene a llevarse a los niños -a cualquier niño- ya que la Llorona tiene nostalgia por sus hijos; en otra variante las personas que llegan a ver a la Llorona pierden la razón. La última variante dice que la Llorona se deja ver en las noches de luna por aquellas personas, varones principalmente, que andan en malos pasos, pretendiendo engañar a su esposas o prometidas, ya que aparentemente es una mujer muy atractiva pero cuando es abordada por el galán, ella tiene rostro de calavera o de caballo.
Cada una de estas variaciones de la leyenda de la Llorona es relevante en virtud de que apunta a diferentes símbolos que subyacen en su estructura y a sus referentes de origen que mezclan diferentes mitos y tradiciones. Sin embargo hay un elemento que nunca varía, que es el agua. La leyenda remite siempre a lugares donde hay agua: ríos, arroyos, lagunas o presas. En estos sitios es donde se ha visto y/o escuchado a la Llorona.
El agua aparece en su doble simbolismo de fuente de vida y, al mismo tiempo de destrucción. En primer lugar, en el contexto del encuentro violento de mexicas y españoles en el sitio de Tenochtitlan, las aguas de la laguna son el útero que dolorosamente da a luz la nueva nación mestiza, la nueva raza nacida de la fusión indígena y española.
Ahora bien, cuando la Llorona es presentada como mujer indígena, los hijos son mestizos, son símbolo de la nueva nación. Matar a esos hijos implica la reacción interior que rechaza la mezcla de sangres y la negación violenta del mestizaje. Sin embargo ya no hay marcha atrás. Negar el mestizaje es negar la propia identidad, es como volverse un alma en pena que llora la irremediable tragedia. Aquí se desvela el gran trauma del subconciente mexicano: ¿quién soy como mestizo? ¿cuál es mi origen y mi destino?
El simbolismo del agua se complementa con el de la sangre. La variante de la leyenda donde la Llorona mata a sus hijos con un cuchillo conduce necesariamente al derramamiento de sangre. La sangre es un elemento indispensable de la simbólica religiosa universal. En el contexto prehispánico, la sangre es llamada chalchíhuatl, agua de jade, la vida por antonomasia (Chevalier, 2007: 58). El jade es la piedra preciosa por excelencia en mesoamérica. Es símbolo de vida y de los dioses. La sangre de los dioses, en los mitos antropogénicos mexica y maya, se derramó para dar vida a la humanidad. En correspondencia al sacrificio de los dioses, los seres humanos habrán de derramar su sangre para mantener la vida de ellos. Los sacrificios humanos que tanto horrorizaron a los conquistadores se inscriben en esta dinámica.
Así entonces, cuando la Llorona mata a sus hijos derramando su sangre, esa muerte se vuelve sacrificio a los dioses, se pretende el intercambio: la vida de los niños a cambio de la recuperación del amor del hombre.
Agua y sangre, como símbolos, remiten a la dimensión vida-muerte, origen-destrucción. La Llorona aparece en la leyenda como un ser ligado a la vida desde la muerte que anuncia destrucción en un orden de vida.
Aquí se unen al simbolismo del agua y la sangre los símbolos de la maternidad y, desprendiéndose de ésta, el de la inocencia, representada por los niños hijos de la Llorona.
La Llorona es una versión de la "Gran Diosa Madre", la Tierra, que es fuente de vida multiforme y abundante, pero que reclama, al mismo tiempo esa vida (Cooper, 2002: 121). Todas las culturas atestiguan cómo, los seres vivos vuelven a la tierra, al gran seno materno con la muerte. Los sepulcros excavados en tierra como símbolos del útero materno al que se vuelve o la expresión bíblica de "polvo eres y al polvo volverás" (cfr. Gn. 3, 19) son ejemplo de esta comprensión.
La maternidad se relaciona con el símbolo de la luna, también presente en algunas versiones de la leyenda, y que remite al ciclo de fertilidad femenino medido por ciclos lunares que, a la vez, remiten al origen primordial, el origen del tiempo. Para la mitología mexica, Cihuacóatl es el principio femenino de la realidad, incluso, el personaje político de mayor influencia en el imperio mexica después del Huey Tlatoani o emperador es el Cihuacóatl, una especie de primer ministro que ejerce las funciones prácticas de gobierno.
Los niños, hijos de la Llorona, simbolizan la inocencia y la pureza. El dato de ser muertos al ser sumergidos en la laguna refuerza la noción de pureza al evocar los ritos bautismales y de purificación de las religiones (Cooper, 2002: 42). Este signo de sumergirse en las aguas implica también la búsqueda del secreto de la vida y está vinculado con el personaje de la Llorona como alma en pena: la muerte es un símbolo que implica la omnisciencia, los muertos todo lo ven y todo lo saben (Chevalier, 2007: 731).En la mitología náhuatl, Mictlantecuhtli, señor de la muerte, es representado como un cráneo sin ojos pero adornado con una cabellera con " los ojos estelares que todo lo ven" (Libura, 2004: 36).
La muerte, como símbolo, implica además una referencia a los ritos de pasaje o tránsito. A quien alcanza la muerte, si vive sólo en los niveles materiales de la existencia, lo llevará al mundo de los muertos y del dolor. Si la persona, por el contrario, vive en los niveles espirituales, la muerte lo conduce a los campos de luz y del conocimiento (Chevalier, 2007: 731).
Así, la Llorona parece ser el trance nunca concluido del mexicano que no se decide a ser ni indígena ni español, y lo trágico radica en que por su mestizaje no puede ser ni lo uno ni lo otro, pero además reniega de su mestizaje cultural.
El mexicano se ríe de la muerte, convive con ella a diario en su pobreza y dolor, le canta como a una novia y camina de la mano con ella por la Alameda Central, como lo reflejara Diego Rivera en su famoso mural, pero al mismo tiempo le teme.
La muerte es como una madre que se ama profundamente y al mismo tiempo se quiere apartar de ella para vivir la propia vida. Madre siempre evitada, siempre se huye de ella, pero al final está siempre dispuesta a recibir a sus hijos con los brazos abiertos, como lo reflejó la película mexicana de 1946 "El ahijado de la muerte".
Además, es portadora de fortuna, como lo expresan los pobladores de Xochimilco, en la Ciudad de México. Encontrarse con la Llorona es oportunidad de volverse ricos. Quien llega a tener la suerte de que la cihuateteo o la mictlancíhuatl, es decir, la muerte, se le aparezca entre los canales del lago y la siga sin perderle el rastro, encontrará un tesoro en monedas que lo sacará para siempre de la pobreza (Cordero, 2005: 23).
Verdad o leyenda, mito o realidad, la Llorona es como un emisario de la muerte-madre. Aparece y espanta a aquellos que viven una doble moral para que vuelvan a la vida buena y recta. Para aquellos que la han oído o visto, o que por las noches escuchan los lastimeros aullidos de los perros que van acercándose por el aire, es presagio de muerte y recuerda a cada uno cuál es su destino final.
La Llorona es también un símbolo en sí mismo de lo desconocido y fantástico que encierran la vida y muerte, de la paradójica y hermosa ambivalencia de lo humano. La Llorona es mujer enamorada, correspondida y al mismo tiempo rechazada. Es mujer valiente que rompe los cánones de su tiempo y es, al mismo tiempo víctima de ellos. Es madre y es verdugo de sus hijos. Es vida y es muerte, es amor y es despecho, es indígena y española, es espanto y es premio...
La Llorona encarna (habría que decir des-encarna) a todos y a cada uno de los seres humanos que aman, sufren, luchan, lloran y esperan, día a día, el acontecimiento liberador de su vida, que traiga la tranquilidad y la felicidad que se busca, se añora y se construye.
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